Tras una infancia y una juventud marcadas por la libertad y la felicidad, Isabel de Baviera, Sissí, se convirtió en prisionera de la rígida etiqueta de la corte austríaca al casarse con el joven emperador Francisco José. Siempre un paso por delante del anacrónico absolutismo de Viena, la emperatriz impulsó la transformación del Imperio en la monarquía dual austro-húngara, y, apartada de todas las decisiones, desde las políticas hasta las que atañían a su propia vida personal y la de sus hijos, decidió recuperar su libertad abandonando Viena y sanando su dolorido espíritu mediante los viajes y la comunión con la naturaleza. Su asesinato por un anarquista en 1898 puso fin a una de las trayectorias personales más singulares de la historia contemporánea.