Los gladiadores provenían de todos los estratos sociales (eran prisioneros de guerra, esclavos, romanos libres) y les acechaba un riesgo enorme: podían herirlos o matarlos en la arena. Aunque no solían morir, ésta era una posibilidad siempre presente, como reflejaba su juramento: «Soportaré que me quemen, que me aten, que me golpeen y que me maten con la espada». También tenía su recompensa; si luchaban bien podían conseguir fama, oro e incluso la libertad. Más de dos mil años después, gracias a la literatura y el cine, los gladiadores son uno de los aspectos más populares de la antigua Roma. Y uno de los peor comprendidos, algo en lo que influyeron los autores cristianos, que los consideraban una prueba de la decadencia y crueldad romanas. Los últimos hallazgos arqueológicos y la lectura minuciosa de las fuentes han aportado nuevos conocimientos sobre la realidad oculta tras el mito, con descubrimientos que nos revelan la verdadera historia del pasatiempo preferido de Roma.